Presence
En la 57ª edición del Festival de Sitges, tuvimos la oportunidad de disfrutar de Presence, la nueva propuesta del siempre inquieto Steven Soderbergh. Este director, conocido por su inagotable sed de experimentar con los géneros, se adentra esta vez en el terreno del terror con una perspectiva única: la de un espíritu invisible que observa (y eventualmente interviene) en la vida de una familia al borde del colapso.
Lo primero que destaca de Presence es su audaz narración desde el punto de vista de una entidad fantasmagórica, un recurso que, lejos de ser solo una curiosidad técnica, añade una capa de suspense que nos coloca en el rol de espectadores fantasmales, deseando intervenir en los eventos pero condenados a la impotencia. Esta película, que juega con las convenciones del subgénero de casas encantadas, es una mezcla intrigante de Peeping Tom, The Haunting y el toque moderno de Paranormal Activity.
Escrita por David Koepp, guionista de confianza de Soderbergh, la película logra dar una vuelta de tuerca a los tropos del cine de terror, centrándose más en la sensación de melancolía y pérdida que en los típicos sustos de manual.
Soderbergh utiliza largos planos secuencia para hacernos sentir la desorientación del fantasma mientras flota por una casa vacía y enigmática, y cuando finalmente la familia protagonista llega, comenzamos a entrever los conflictos que la atormentan. Los personajes, interpretados por Lucy Liu, Chris Sullivan, Eddy Maday y Callina Liang, traen consigo una nube de tensión, agravada por una serie de problemas personales y traumas no resueltos.
A lo largo de la película, los elementos sobrenaturales se entrelazan con las dinámicas familiares de una forma que resulta tan inquietante como triste. Aquí no estamos ante un fantasma malévolo, sino más bien ante un ser atormentado que busca su propósito, reflejando los propios conflictos internos de los personajes. Especialmente impactante es la relación entre Chloe, la hija menor, y el espectro, lo que nos recuerda que no todas las presencias del más allá están movidas por el terror, sino también por la curiosidad y el duelo.
Sin embargo, no todo en Presence está perfectamente hilado. Algunos elementos, como los problemas legales de Rebekah (Liu) y Chris (Sullivan), quedan algo vagos, y aunque la relación entre Chloe y su padre está maravillosamente desarrollada, otros personajes no gozan de la misma profundidad. A pesar de ello, el reparto cumple con creces, con actuaciones sólidas que sostienen la película incluso en sus momentos más lentos.
Lo que hace que Presence se destaque en el Festival de Sitges es cómo Soderbergh no solo utiliza los elementos típicos del cine de terror, sino que los subvierte de forma juguetona y reflexiva. Como espectadores, nos encontramos deseando advertir a los personajes sobre los peligros inminentes, una tensión que el director explota magistralmente para mantenernos en vilo hasta el final. Soderbergh y Koepp logran que Presence sea más que una simple película de casas encantadas; es una reflexión sobre la muerte, la pérdida y el deseo inherente de proteger a quienes amamos, incluso cuando ya es demasiado tarde.
Presence es una obra que combina lo mejor del cine de autor con los placeres del terror sobrenatural, ofreciendo una experiencia que es tan reflexiva como inquietante. Un imprescindible para los fans del género que buscan algo más que los sustos de siempre.